Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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M Baz y Y. Zapata: De duelos y errancias: la grupalidad comprometida


De duelos y errancias: la grupalidad comprometida

Margarita Baz y Yamila Zapata  


Introducción

Interrogar la grupalidad es, también, preguntarse por el vínculo social, en la medida en que aquélla expresa esencialmente una potencia de enlace, una actualización de la fuerza que sostiene el sentido histórico con que se traman los aconteceres humanos. La creación de sentido que abre a esta dimensión histórica implica la idea de una subjetividad situada, interpelada por su filiación, la emergencia de la sexuación, el momento singular que le tocó vivir y la sociedad que la cobija (y descobija), que deriva en la necesidad de un posicionamiento activo en relación a los otros y al mundo. Hay una doble vertiente en los sentidos que atañen al lazo colectivo y que revelan su gran complejidad: el “ser con otros” y  el “estar juntos para algo”. Desde las formas simbólicas que nos inscriben en una cierta cultura, pasando por las instituciones y los grupos propiamente dichos, tales vertientes de sentido involucran, desde la perspectiva de la grupalidad, el tejido de la vida cotidiana a partir de la dinámica de los procesos que nos unen (y desunen) con los otros y con los espacios sociales que vamos habitando.  Tomando como un elemento fundamental para comprender el sustento de estas fuerzas que van configurando el devenir subjetivo, reconocemos en todo vínculo el plano libidinal según el imprescindible aporte freudiano a la comprensión de la grupalidad, la fuerza de ligadura de Eros y su contraparte pulsional, la tendencia a la desligadura, al abandono del vínculo, el no deseo que remite a la pulsión de muerte. Pero además de las pasiones, que son sin duda organizadores fundamentales de nuestros vínculos con la propia vida, los otros, las tareas que emprendemos, las distintas colectividades que formamos y la sociedad en general, tenemos que destacar la dimensión ética como elemento intrínseco de la grupalidad. 
De esa dimensión se desprende el sentido profundo de la idea de compromiso, que es también, simbólicamente, la promesa compartida, la promesa que es alianza, reconocimiento, expresión de las figuras que van actualizando el sentido de los otros.  Para Levinas (1993:32) antes que cualquier otra cosa está la responsabilidad, un hacerse cargo de la indigencia ajena, un abrirse “a la insondable muerte y al sufrimiento de otro ahí”, apuntando a una exterioridad trascendente: ese “otro ahí”, un “tercer lugar” al margen del diálogo. También podemos decir, en el marco de la subjetividad vincular que somos, que responsabilidad es el hacerse cargo de los vínculos, el responder ante los avatares que van aconteciendo en la relación con aquellos con quienes hemos transitado y establecido lazos. La grupalidad desde este sentido ético es, invariablemente, grupalidad comprometida, potencia que se actualiza en las memorias colectivas y los proyectos que nos expresan. Estos procesos de creación de memoria y de proyecto remiten a grupos o colectividades singulares, por definición situados históricamente y atravesados por los discursos de la cultura de pertenencia y las instituciones que los sustentan. De ahí que los grupos son un terreno privilegiado para explorar, a través de sus vicisitudes particulares, el devenir de las tramas vinculares en condiciones sociales e institucionales específicas, como actualización de esa posibilidad de enlace y de tarea colectiva.
En consonancia con esta diferencia y a la vez relación entre grupalidad y grupo , Souto de Asch (1993:59) considera a la grupalidad “como posibilidad, como potencialidad de ser grupo”. Y añade:
Es una dimensión con sentido de temporalidad, de proceso, de camino o trayectoria que puede llegar a niveles y grados muy diversos. No alude o se refiere a una meta a alcanzar como ideal, ya que la grupalidad está dentro del juego dialéctico, del movimiento constante, de las progresiones y regresiones propias de todo sistema complejo y dinámico. No hay un estado ideal como punto final de un progreso lineal. Hay una posibilidad de devenir, de construir-se, de auto-organizarse abierta y flexiblemente en esta dimensión de grupalidad”.
 
Este trabajo tiene como horizonte conceptual a la grupalidad y al vínculo social, tal como lo hemos esbozado en estas reflexiones iniciales, y estableció como propósito específico el  tomar como material de análisis y reflexión la despedida de un grupo que trabajó durante dos años con motivo de un proceso de formación de postgrado en una institución universitaria de carácter público en la ciudad de México.  Esta “despedida” consistió en una experiencia de grupo de reflexión con enfoque operativo, realizado semanalmente en el último trimestre de su estancia en la universidad, que tuvo como tarea grupal  “el cierre del proceso del grupo”. Nuestras expectativas han sido aprender de las modalidades de disolución de vínculos en las condiciones de subjetividad contemporánea, asediada por el individualismo y la incertidumbre. Nos hemos preguntado: ¿qué tipo de tensiones se producen en el cierre de un proceso grupal -también finalización de un proceso institucional? y ¿qué situaciones generan estos momentos de desprendimiento de un vínculo grupal como elementos intersubjetivos?, para luego abrir ciertos interrogantes que trascienden las vicisitudes específicas de una despedida y enlazan con los procesos más amplios que van creando el sentido y la apuesta por la vida: ¿cómo se inscribe una historia común y en qué medida convoca a rearticular y repensar los vínculos con el mundo?

Vínculos y duelos
  "Si tenemos algo en común es que todos somos exiliados en esta tierra"
( del discurso del grupo)
Todo vínculo se inscribe en una trama de temporalidades donde se ponen en juego dos dimensiones fundamentales: la relación con el otro y la historicidad como marca singular de la experiencia humana. De ahí que la subjetividad sólo es posible pensarla desde un devenir: devenir subjetivo y devenir de los grupos como modalidades del vínculo colectivo.  Devenir no se refiere a una evolución o a un pasaje por ciertas etapas preestablecidas de un supuesto destino humano.  Devenir es del orden de la posibilidad, por ello debe entenderse como inscrito en un régimen de incertidumbre. En palabras de G. Deleuze (1997:11), devenir es un proceso, “un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido”.  El mundo de la experiencia y el mundo de lo posible constituyen el horizonte de la subjetividad, que concebiríamos como errancia en la medida en que ser sujetos es actuar la vocación de búsqueda, el andar permanente que es la tarea de construir la vida.  La subjetividad también es esencialmente exilio, en la medida en que como sujetos hemos sido expulsados de un paraíso mítico, sin retorno posible al nostálgico origen. Compulsión a la repetición y fuerza creadora se dirimen en una dinámica conflictiva, sin resolución posible. Seres deseantes, nos adherimos a otros seres, lugares, cosas, en una condición inestable de investimiento y de repliegue, generando un entramado de vínculos siempre en transformación. La fuerza de estos apegos parece tan enigmática como inciertos son sus destinos, ya que todo está en movimiento.  
El devenir de los vínculos nos enfrenta a la experiencia inevitable de las pérdidas. Sea la muerte del otro, el abandono o el apartarse los caminos por distintas circunstancias, hacen de la noción de duelo freudiana (Freud, 1921) una referencia obligada en toda reflexión sobre las pérdidas. Las despedidas (como concebimos el proceso de terminación de un vínculo grupal con el que dialogamos en este trabajo) constituyen una expectativa de pérdida, una anticipación de la ausencia del otro, un ritual, un despliegue de recursos desde las distintas modalidades del lenguaje (palabra, gestos, contacto) también una temporalidad.
La subjetividad tiene que ver con lugares de descentramiento y desconocimiento, con  exilios internos de lo que somos y  a la vez desconocemos,  con los recursos del deseo que se articula a lo que falta.  La falta donde somos sujetos reclama un colmamiento en el plano del amor, por el cual recorremos infinitos laberintos, innumerables batallas para sostener las preguntas que nos hacen sujetos. La casa propia de la subjetividad, está a la intemperie, siempre en el destierro, en tierras de ajenidad que desconocemos. Cuando decimos “yo” hablamos sólo de una parte en la ficción de nuestra completud; donde creemos pisar firme aparecen los avatares de la ilusión y la desilusión.
Desde esa errancia permanente los vínculos son encuentros donde hay que estar y despedirse. Nuestra historia son los vínculos que nos han constituido y aquellos por los que transitamos, pero los vínculos tienen transformaciones que marcan un camino discontinuo. ¿Qué es lo que permanece y qué es lo que cambia? es una pregunta que se inventa y rearticula en  cada momento del vivir.
Los diversos avatares en la configuración de la subjetividad, surgen en un escenario que tiene que ver con los vínculos y con las pérdidas en un doble movimiento de identificación-vinculación y renuncia-despedida, estructurantes de un sujeto posible. En este sentido el drama que a veces implica la tensión de ser habitantes de estos lugares de apego y renuncia, abre diversos caminos en la experiencia humana y sus vínculos constitutivos, que en un primer momento son originarios y estructurantes, y  que apuntarán a una "repetición"  con rasgos siempre inéditos a cada momento del devenir del sujeto y las colectividades.
Tanto en los lugares de vinculación con otros, como en los procesos de desapego, renuncia, duelo, pérdida, convivimos con una parte siempre desconocida del propio ser. Las coyunturas en las que se pone en acto la despedida, son momentos de gran condensación, actualización y reedición de procesos primarios; algo precipitan los momentos de terminación, donde aparecen acentuadas las batallas cotidianas en los resquicios subjetivos que apuntan preguntas acerca del vínculo con otros, las representaciones del mundo, las proyecciones, el vínculo social, el debilitamiento de las certezas.
Son momentos particulares donde se acentúan estas preguntas en y por lo que somos. En este sentido la despedida y el duelo son procesos que ponen en acto la identidad y la alteridad con el otro, el exilio del cuerpo fantaseado, la nostalgia del eterno retorno al origen,  a la escritura de los primeros párrafos de la historia contada por otros o de  historias  borradas.  Se busca en ello la certeza de lo que somos a partir de lo que hemos sido, evadiendo que la única certeza absoluta que tenemos de uno mismo y del otro es la muerte. Los procesos de desprendimiento instauran irremediablemente procesos de duelo en la experiencia subjetiva. Sin embargo no somos solamente esos desprendimientos melancólicos de un lenguaje indescifrable, sino que ahí donde el sí mismo no responde, en el límite, en al abrumador poder de las errancias, se inaugura una  potencia subjetiva, una fuerza para preguntarse cosas, para sostener esas preguntas como voluntad de sostener un registro de lo irreversible, donde poner esos jirones del ser y del cuerpo que se pierden.
La identificación como proceso estructural de la constitución del sujeto es la experiencia de un permanente desprendimiento; el duelo es también estructural, si bien se pierde el objeto, también algo permanece, ahí somos, en los restos y desprendimientos que fundan nuestra historia.  El engaño de la solidez de lo vincular como algo intacto, es una forma de paliativo con las irremediables muertes cotidianas que forman parte de los duelos,  "esas muertes que en nuestra vida, constituyen siempre una serie aterradora que jamás termina". (Mier, 1999).   La experiencia de lo humano entonces, es "la más desgarradora puesta en cuestión del otro, que apela a las otras muertes: ciertamente la del muerto, pero también la del otro en mí, del yo en el otro, la del sinnúmero de muertes, de nombres de nuestros muertos con las que es preciso aprender a sobrevivir" (ibid, p.24). 
La pérdida del otro y el proceso de duelo que abre un momento subjetivo particular, dimensiona la suspensión del intercambio subjetivo; la palabra de amor-odio ya no tiene recepción en otra escucha, en otro sentir, en un lenguaje común, la ausencia del otro, es el eco de una palabra sin respuesta que regresa al sujeto. El duelo en este sentido es la ruptura de un diálogo, la ausencia radical donde no está el cuerpo ni la palabra del otro.
Si bien en el duelo no hay más intercambio, la palabra en este desfiladero, recurre a su última estrategia, la inscripción de la ausencia del otro en la memoria por su permanente nombramiento. Dar presencia y nombre a lo perdido, llevar una parte de ese otro en mi, el saber de una historia, es la exigencia humana de hacer imposible el olvido.

Duelo por un vínculo grupal

Una experiencia grupal que ha gestado una “mutua representación interna”, identificación y pertenencia (cualidades básicas que indican que se ha trascendido el simple agrupamiento) constituye un vínculo muy especial que tiene la virtud de actualizar lo que M. Augé (1996)  ha llamado “el sentido de los otros”, que no es otra cosa que la presencia en mí de la sociedad que me funda y sostiene. Es decir, es el vínculo social en una dimensión que no sólo conjuga el reconocimiento y la extrañeza ante esos otros semejantes y extraños a la vez que reconozco y con los que me encuentro, sino que evoca la experiencia de lo colectivo en el sentido amplio y profundo de mi humanidad.  E. Galende (1992:21) la llama “el sentido histórico” y afirma: “El sentido histórico es sentido de pertenencia al conjunto de las relaciones humanas en las que cobran significación las singularidades de la vida de cada individuo”.  Siguiendo el pensamiento freudiano, este autor enfatiza que se requiere del ideal del yo y la relación social para que prive la función historizante de Eros.
Un vínculo grupal (es decir, de un grupo que está en nuestra experiencia cotidiana)  nos da consistencia subjetiva; esto significa, a nivel simbólico, sentido de pertenencia y una experiencia de temporalidad que establece ritmos, presencias y ausencias y una expectativa abierta por una tarea común (el equivalente de la espera del enamorado). A nivel imaginario,  el grupo es aquel con el que me encuentro pero también es una presencia fantasmatizada (Nasio, 1999). A nivel de lo real es una fuerza que da consistencia al lazo común.  De ahí que al preguntarnos ¿qué perdemos cuando termina la vida de un grupo?,  diríamos que se suspende un vínculo que ha sostenido una experiencia compleja que activa mi deseo y que me conecta con el mundo. No hay más espera, miradas, escucha, cuerpo que me prolonga, presencia que activa las creaciones imaginarias, el pensamiento y las pasiones, incluyendo la rivalidad y la hostilidad.. Se pierde la referencia viva de la identidad colectiva y las marcas identitarias que brinda la institución. Podemos decir que lo que se producirá no es sólo un duelo, sino la condensación de varios duelos que apuntan a una lectura múltiple. En el grupo con que el que trabajamos, en el desprendimiento del vínculo grupal se significan varios duelos: con el grupo como espacio y lugar, con los vínculos intersubjetivos, con la institución, con los lugares subjetivos que se construyen con esos otros y con las marcas institucionales y con la finalización de un tiempo de formación. La despedida de un grupo es entonces un proceso de movimientos y desapegos múltiples por los que atraviesa cada sujeto en su recorrido de los avatares vinculares.  Pero también es una confrontación de los vínculos con el mundo, con los otros y consigo mismo.  Dice R. Mier (1999:27): 
El fundamento del vínculo colectivo es una alianza sobre el fondo tácito de la ausencia, erigida sobre el nombre de la desaparición.  La muerte se nos otorga como una prefiguración de todo vínculo, como la posibilidad de vislumbrar un destino.

El cierre y las condiciones del dispositivo  grupal

El tiempo de la despedida, el de la finalización de las condiciones que ha mantenido unidos a sus integrantes en el espacio común es ciertamente un momento significativo en la historia de un grupo. Tal momento final suele precipitar la emergencia de distintos movimientos en el colectivo: intensifica algunas cualidades y tensiones del vínculo grupal, interroga por el sentido de la experiencia compartida y confronta el proyecto desde el que se anticipan nuevos horizontes y tareas.  Vivir el término de un proceso es un evento especial porque al cerrar una historia se abre la posibilidad de una auténtica experiencia, es decir de provocar un extrañamiento frente a la inercia de los hábitos, al enmudecimiento del sentido. 
Los procesos de cierre se construyen como tales en la medida en que un grupo se da el espacio para generar una memoria. La noción de “cierre” en los procesos grupales se refiere a específicamente a la forma como un grupo elabora la finalización de su tarea, aunada a una conciencia de separación o disolución del grupo. Este proceso implica un ejercicio de pensamiento, de reflexión colectiva, de encuentro donde la palabra tiene primacía, donde se genera un espacio de exploración de la trama compleja que teje el devenir grupal. Un encuentro de este tipo está vinculado a un determinado dispositivo.  De ahí que sea fundamental considerar que el material con el que dialogamos en este trabajo remite a una forma de trabajo grupal (que enseguida especificaremos) y a una situación institucional que atraviesa y ordena el proceso. Recordemos como M. Percia (1997:45) insiste en el poder productor de los dispositivos grupales:  “Todo grupo está situado, determinado como posición por la coordinación, las consignas y las reglas que encuadran su trabajo, el espacio institucional en el que se desenvuelve y la coyuntura social en que se inscribe”.
El dispositivo de trabajo, fue un espacio grupal en una modalidad y conceptualización como “grupo de reflexión con modalidad operativa”. El grupo de reflexión es entendido como un dispositivo que brinda un espacio para dilucidar procesos que se juegan en los grupos con una tarea específica que se despliega con una consigna de reflexión, en un atravesamiento institucional. La modalidad operativa refiere a toda una concepción específica de lo grupal y a su consecuente modalidad de trabajo,  a un modo de interpretar y abordar el material producido a partir de un proceso grupal.
Por último, queremos destacar que en la elaboración de este trabajo hemos realizado la experiencia de poner en diálogo la lectura del proceso grupal desde dos lugares distintos de participación en el mismo: uno como parte del equipo de coordinación y otro como integrante del grupo. Estos dos posicionamientos y miradas del proceso grupal ponen en un lugar central de la reflexión el tema de la implicación articulada a los procesos transferenciales que ahí se producen; podemos apuntar a las transferencias tanto en relación al grupo, como a la institución, al campo de estudio con el cual se está comprometido y a otros planos de las tramas institucionales. El conjugar dos posicionamientos diferentes ante una experiencia grupal resultó en un placentero espacio de pensamiento e intercambio que enriqueció nuestra perspectiva común de investigación.

Breve nota sobre el proceso del grupo

El grupo con el cual se trabajó fue de la cuarta generación de la Maestría de Psicología Social de Grupos e Instituciones en la UAM Xochimilco; el período de trabajo duró tres meses, en encuentros de dos horas los jueves de cada semana durante el último trimestre del proceso de formación (otoño de 2000). Es pertinente señalar como antecedente que a lo largo de los dos años de la maestría se llevó a cabo un espacio de reflexión grupal que acompañó el proceso de formación y que de ser aquél parte del dispositivo académico se convirtió también en una modalidad de trabajo demandada por el grupo.
Para el último trimestre (de donde obtuvimos el material para este trabajo) la consigna de trabajo fue reflexionar acerca del proceso de cierre de la formación y del espacio compartido. Podemos pensar que un proceso de cierre no sólo tiene que ver con las marcas de la finalización del tiempo institucional, sino con la posibilidad de despedirse, es decir, darse la oportunidad de estar con otros en una experiencia común y poder desprenderse, despedirse, concluir con una  serie de procesos que atraviesan escenas afectivas, deseadas y temidas en la relación intersubjetiva de los miembros del grupo, en la configuración de lo que se produce grupalmente y en la relación con la institución. 
En las particularidades de esta experiencia grupal, una de las características fue la asistencia constante de la mayoría de los integrantes (19 personas –11 mujeres y 8 hombres), en parte explicable por el dispositivo institucional (la asistencia es requisito) y también porque este espacio de reflexión se fue constituyendo en una demanda propia del grupo. El grupo fue heterogéneo en cuanto a edad (de 25 a 45 años), nacionalidad (mexicanos en su mayoría y tres latinamericanos de otros países) y formación y experiencia profesional. El equipo de coordinación y observación estuvo constituido por tres docentes de la maestría que trabajaron en un diseño de co-coordinación y observación rotativas.
Desde el inicio la consigna planteada fue acogida como motivo de reflexión y compromiso grupal. El grupo tuvo plena conciencia de que era el final del proceso institucional y había que despedirse; hubo un intercambio afectivo intenso y la producción grupal fue enriquecedora en una modalidad donde resaltó la evocación metafórica y poética. A lo largo de todo el proceso el grupo se representó en imágenes condensadoras de los emergentes que aparecieron en el discurso, como una cascada de metáforas significativas, tales como: "el reparador de sueños", "el ángel exterminador", "la viuda negra", "el club de la pelea".
El grupo estuvo muy involucrado en el proceso, sin embargo no dejó de mostrar  una gran heterogeneidad con muchos matices lo que le dio mucho juego al sentido de la despedida: verla como un proceso doloroso, con indiferencia o bien como posibilidad de abrir otras puertas y proyectos. El terreno de la institución tuvo amplias resonancias en los procesos del grupo. Dentro de los avatares que ocurrieron en esos meses se dio el cambio de la coordinación de la maestría que obviamente tuvo efectos en el grupo. En este sentido, no se puede perder de vista la formación de postgrado como proceso institucionalizado en el marco de una institución universitaria con todos los imaginarios sociales que ello conlleva.  El diálogo con los procesos institucionales se hace presente también en la despedida ya que se anticipa no sólo un desprendimiento del espacio grupal, sino también de la institución y sus marcas de identidad imaginaria. En este sentido el duelo es con el grupo pero también con una institución que cobija, como un lugar de pertenencia, que marca los cuerpos y acentúa ciertas particularidades en las ansiedades desprendidas de los momentos de terminación.

Caleidoscopio de metáforas 

Toda producción grupal contiene múltiples planos de significación donde se entretejen formas diferenciadas de configurar las modalidades del sentido, que le dan al material que fue registrado como texto un carácter a la vez complejo y singular. Para dialogar con él alrededor de los procesos que se tejen con motivo de la disolución de un espacio colectivo, hemos tomado como herramienta analítica a la metáfora, considerándola como esa potencia de lenguaje que permite deslizar el sentido literal a otro sentido figurativo (tomado este último como múltiple y abierto) y que, por tanto, nos permite explorar los aspectos latentes anudados al discurso. Desde una escucha que interroga ciertos procesos desde las nociones de duelo y de vínculo grupal, nos propusimos llegar a la identificación de aquellos emergentes grupales  que tuvieran, desde su potencia metafórica, la condición de condensar y marcar ciertos aspectos cruciales involucrados en la despedida del espacio colectivo. Optamos por centrar en ellos la lectura interpretativa como una manera de lograr una visión general del proceso, más que referirnos en forma detallada al largo listado de emergentes que fueron caracterizando el proceso, y que, además, como señalamos más arriba fue pletórico en metáforas, ya que tuvimos la oportunidad de trabajar con un grupo que mostró grandes recursos para recrear su experiencia desde el juego y la expresión poética. La expectativa fue ver a los emergentes elegidos como parte de un esquema analítico, en forma tal que si bien se hace una “lectura” inicial de cada uno por separado, se contemplan como elementos que se conjugan en la dinámica del proceso que nos propusimos estudiar y comprender.  Desde esa propuesta, encontramos cuatro ejes fundamentales, mismos que tomarían su nombre del discurso grupal: “dar el tiempo”, “el cuerpo-grupo”, “irnos en paz” y “¿y ahora qué?”. Con ellos intentaremos mostrar el juego de la temporalidad subjetiva, el cuerpo como potencia de significación de una experiencia grupal, los fenómenos ambivalentes, culpógenos y conflictivos que aparecen en las despedidas y finalmente, las  preguntas por la reconstitución de vínculos y proyectos en un horizonte que conjuga incertidumbre, nostalgia y esperanza.

“Dar el tiempo”
"siento la marcha de mi andar reloj, y sin tiempo se clava en el costado de mis pasos yertos, he aquí que hay un vacío Copernico, una ausencia con nombre,
 un símbolo, una cruz, habrá que consultar los seres de bolsillo y darnos tiempo"
(traído al grupo por un integrante)

Un emergente que atravesó de múltiples maneras el proceso del grupo tuvo que ver con la cuestión del tiempo.  Algo de una incomodidad, una falta de acuerdo, una sensación de incertidumbre permea al grupo. Las distintas temporalidades y su vivencia se tornan en algo insuficiente, algo que en el intercambio simbólico subjetivo queda como deuda que quisiera cancelarse al "darle tiempo y darnos más tiempo". Hay un pedido de tiempo que se formula, que parece reversible: pedir tiempo y dar tiempo.  Al grupo le falta que no le falte tiempo y le falta no dar el suficiente. Como dice Derridá (1995) al preguntarse por la relación del tiempo con el don, el deseo de recibir y el deseo de dar tiempo serían la misma cosa, no imposible, sino lo imposible. Más aún, “el don sería también la condición del olvido” (ibid, p.26), que es la condición del ser en el movimiento de la historia.  De ahí que la evocación grupal de “dar el tiempo” anuda múltiples planos que no es sino efecto de ese “paso de vida” que es el devenir del grupo. Uno de esos planos se cumple a nivel imaginario, en el plano intersubjetivo.
Todo lo que se puede dar en términos del intercambio intersubjetivo, está en relación con el don. El don implica todo el ciclo de intercambio en el que se introduce el sujeto y al mismo tiempo tiene que ver con un más allá del objeto del intercambio; el don es en este sentido "un más allá de la relación objetal" (Lacan, 2001.184).
 El don se da al llamar, es un pedido, a su vez lo que se pide es lo que no está, si está puede ser brindado o rehusado, si se puede dar es porque también se puede rehusar, la demanda al otro es siempre una demanda en las bases estructurales de la demanda de amor. En este sentido un pedido del tiempo, "dar el tiempo", en  el ciclo de dar, recibir y devolver, tiene que ver con la circulación de los intercambios simbólicos: "pedir" el tiempo es pedir la experiencia, es un pedido del vínculo con el otro. Así se fantasea que la temporalidad marcada institucionalmente se extienda hacia los deseos subjetivos que prorroguen la despedida. Un pedido de tiempo es un pedido de sostener el vínculo, la cotidianidad del intercambio,  la presencia  real del cuerpo del otro, la mirada, la voz.
El tiempo de la terminación de un proceso es una marca, un límite, un corte que advierte la suspensión de la experiencia grupal. Numerosos cortes han hecho su trabajo en el proceso: la terminación de cada trimestre, en una sucesión inexorable; la terminación del tiempo de formación –próximo a cumplirse; el encuadre de tiempo para cada reunión del grupo de reflexión.  Se habla entonces de la temporalidad institucional como límite. Los intercambios intersubjetivos que se enuncian con el regalo del tiempo ("brindarnos tiempo"), tienen un límite con el atravesamiento institucional; la institución hace corte, tiene tiempos establecidos que ponen límite a los deseos y las ilusiones: el tiempo de la institución, inamovible que conlleva a ordenamientos simbólicos y a limitaciones en la realidad de lo posible y lo establecido de una temporalidad de formación. Paradójicamente y en este mismo sentido, la institución (los límites) también permite la puesta en escena de los deseos y las fantasías: el deseo de la extensión del tiempo grupal se puede expresar y sentir, en tanto existe un encuadre limitado de tiempos simbólicos y de lugares institucionales.
Con este corte externo, el grupo enuncia un tiempo de finalización que "siempre recuerda a la muerte". Algo tiene que morir (se acepta como fatalidad, como destino) y otras partes pueden renacer. Ante ese horizonte surge una  pregunta central acerca de qué los vincula o los desvincula con proyectos en su escenario afectivo, laboral, social. El tiempo de la muerte del grupo, de una parte misma de los sujetos en la despedida de esa colectividad, la muerte de los lugares institucionales identitarios que ahora se llevarán como marcas internamente o tomarán otros caminos, todo ello puede morir siempre y cuando renazcan otras preguntas acerca de sus proyecciones en un futuro cercano y en un mundo social imaginado.
  Si volvemos a la pregunta acerca del intercambio subjetivo que se pone en juego en el pedido de tiempo: ¿Qué se puede pedir al otro?, ¿qué se puede brindar?. Del pedido inicial del grupo de "tener" más tiempo, se produce un movimiento hacia los últimos encuentros en que se  representan como "seres de bolsillo". Se pasa del  deseo de "tener" al de "ser" el tiempo. Ser el tiempo y decidir donde parar y donde continuar la marcha del reloj, como fantasía omnipotente frente a la irreversible fragilidad y vulnerabilidad en que nos pone el acto de un cierre.
 

“El grupo-cuerpo”
Hay una parte silenciosa que está ahí... me gustó mucho... Me hizo pensar
cuánto el grupo de reflexión es la palabra y cuánto la parte del cuerpo...
Nunca se me va a olvidar
(del discurso grupal)

Este fragmento del discurso del grupo trae a primer plano ciertas preguntas muy básicas a las que siempre vale la pena regresar. Por ejemplo: ¿qué es un grupo? y ¿qué relación se da entre la memoria del grupo y la historia del cuerpo?  Nuestras reflexiones, en diálogo con el material que analizamos, nos lleva a destacar que cuando hablamos de grupo estamos evocando procesos anudados al cuerpo subjetivo. Es decir, las construcciones de sentido que se abren en un proceso de grupo tienen que ver con las formas de habitar el cuerpo, de hacerse presente, de un movimiento hacia los otros que nos lleva a enfatizar lo que la fenomenología ha mostrado: que el cuerpo no es una entidad en sí misma; por el contrario, el cuerpo es invariablemente relación, un proceso en devenir que pone algo en relación. En forma semejante, Henri Bergson (1987:86) describe el cuerpo como “el trazo de unión entre las cosas que actúan sobre mí y las cosas sobre las que yo actúo”. El cuerpo, entonces, es propiamente un lugar de encuentro, el entre-dos, el intervalo (tal como se describe en el psicoanálisis contemporáneo de inspiración lacaniana), una emergencia de intensidades que surgen en ese “entre”: entre partes a nivel de los cuerpos, de los gestos, de las palabras, es decir, en un campo de alteridades, de marcas diferenciales que son los motivos de nuestros vínculos. Para el psicoanálisis el cuerpo subjetivo es aquel que tiene una historia, historia trazada por las vicisitudes pulsionales, que son también los enlaces y desenlaces de los vínculos significativos con los otros.
Tenemos entonces que resaltar que un grupo es una experiencia de cuerpos en presencia, cuerpos que entran a formar parte del mundo de sus integrantes. El cuerpo no es únicamente la condición de interacción para gestar un vínculo intersubjetivo. La noción de interacción es insuficiente para abarcar los complejos procesos que hacen del cuerpo el lugar de inscripción de una historia colectiva, una condición inestable sujeta a múltiples vicisitudes pulsionales, apuntaladas en el vínculo social. El cuerpo, como condición de experiencia grupal, entra a jugar ampliamente en el imaginario del grupo. En nuestro “grupo de cierre”, el cuerpo, sus partes y sus funciones, se constituyeron en motivo constante de construcciones metafóricos, como forma de pensarse y de pensar el proceso de desprendimiento en curso.
Esto del estreñimiento o la diarrea... pienso en la voracidad, esa demanda con la que llegamos sigue presente.  Necesitábamos esa voz que llene.. ¡con esa hambre! A veces quedamos indigestos sin poder metabolizar.  Como contener eso para que salga la gran caca. El estreñido como contención esperando la gran cada con florecita.. ¿o necesitamos un laxante?

La pregunta que me hago es la de un cuerpo grupal... Me resultó interesante estar en silencio y escuchar y dejar que otras voces y otros cuerpos se movieran en mí; tal vez en mi imaginario, en mis sueños, sí somos un cuerpo; hay todo: cabeza, ojos, corazón, hay vida, transformación y está la muerte..

A la dimensión imaginaria del cuerpo jugando en el proceso grupal hay añadir lo real del cuerpo como dimensión constitutiva de la experiencia.. El cuerpo como signo de vida y de muerte, como potencia de enlace, sustento de todo sentido y también, paradójicamente, como desborde de sentido, como límite a la capacidad de simbolización, como horizonte de energía, de pulsiones, de lo misterioso de la existencia. El otro real, dice Nasio (1999:86), “es esa fuerza imperativa y desconocida que da cuerpo a nuestro lazo y a nuestro inconsciente”.  Los cuerpos vivientes y en presencia de los otros significativos actualizan el deseo, pero también serán “la silueta animada que será proyectada en mi psiquismo bajo la forma de una imagen interna”.  Nasio argumenta que el elegido (el amado, que nosotros evocamos como el grupo significativo) no sólo es un fantasma en tanto representación del grupo en nosotros, es también “lo que nos sella inextricablemente a su persona viviente” (Nasio, p.59)
Las vicisitudes pasionales jugadas en el grupo (investimientos, transferencias, proyectos, ilusiones y desilusiones) se inscriben como constitutivas de la imagen del cuerpo, no sólo como formación intrasubjetiva sino intersubjetiva, lo que se “extiende en el espacio del entre-dos y nos enlaza íntimamente a su ser” (Nasio, p.59).  Cuerpo es una fuerza de enlace, es mirada, escucha, contacto. El cuerpo viviente del otro sostiene el fantasma en el que apoyar el deseo, las imágenes de sí, el ritmo simbólico de las ausencias y presencias. De ahí que la pérdida del vínculo grupal es pérdida de una presencia que ha dado consistencia a una dinámica deseante, a una fuerza activa de enlace al mundo, un lugar de proyección y de investimiento. El cuerpo/grupo ha sido posibilidad de juego, de ser con otros, de compartir y ser reconocido. El desprendimiento genera por tanto una tensión interna, un desorden que es vivido como dolor o inestabilidad. En el caso de nuestro grupo, las imágenes que hacen a ese cuerpo relacional e histórico también están alimentadas por un espacio institucional, un lugar que ha tocado el cuerpo y lo ha modificado en vínculo con él.
Ahora que decías de la adicción a la Maestría, es más dolorosa la abstinencia; causa dolor la falta de interlocutor.
La ausencia es un silencio radical
 
“Irnos en paz”
Cuando uno se muere se tiene que ir en paz;
si no, aparecen los fantasmas
(del discurso grupal)

En el grupo resonó fuerte la aparición del emergente “irnos en paz”, mismo que se asoció a la muerte real de un sujeto, a los servicios religiosos y, enigmáticamente, a la sanción de una autoridad.
Lo de ”irme en paz” como en misa, tal vez queremos que lo diga la autoridad, que nos vayamos en paz (grupo). Parece un pedido ¿no? ¡Pueden irse en paz!.... (devolución interpretativa de la coordinación)

El movimiento del grupo que se precipitó en este emergente fue un largo y sinuoso trayecto alrededor del tema de las diferencias en el grupo, tema conflictivo y tensional que generaba culpas, secretos, hostilidad reprimida. El asunto de las diferencias apareció en el grupo fuertemente impactado por el atravesamiento institucional condensado en la cuestión de la titulación, donde lo individual y lo colectivo tomaban claramente caminos diferenciados. En el proceso que antecedió a este último trimestre de despedida del programa de formación, el lugar que simbolizó las diferentes capacidades académicas (y que pesaban más que la edad, el género, las diferentes procedencias profesionales o la nacionalidad) además de la relación siempre tensa con las normas institucionales, fue la calificación trimestral. Las simpatías y afinidades, acercamientos y distancias entre integrantes particulares, que hacían del grupo un mapa heterogéneo fueron haciendo una historia que tuvo su desenlace en el momento de la despedida.  Para un grupo suele resultar muy amenazante hacer patentes sus diferencias porque atenta contra la ilusión grupal de homogeneidad. Pero al mismo tiempo, parece vital que un grupo de juego y espacio para las diferencias, ya que de otra manera se cancelaría el movimiento creativo donde es posible la identificación y la alteridad.
No sé si es la Maestría o son los grupos, lo complejo que son... cuántos vacíos, cuántas cosas no dichas, cuántas cosas nos frenan  Dolor ya no por terminar, un dolor por el otro, por lo que no fui capaz de dar o de recibir, lo que el otro no me pudo decir..

Sale el tema de lo inconcluso, lo incompleto que ahora aparece fuerte y angustiante.

 La experiencia grupal no sólo no “completa” a sus integrantes (es decir no puede colmar ilusoriamente) sino que pone en escena lo diferente, tanto con “el” otro como con “lo” otro. La presencia de los otros cuestiona una imaginaria completud individual (Jasiner y Woronowski, 1992). De ahí que es un espacio privilegiado para transformar, para transitar un aprendizaje, en un proceso inevitable de encuentros y desencuentros.  Lo que sostiene el sentido del grupo es la tarea, un proceso investido de valor. “La tarea sería el proceso por el cual los integrantes de un grupo recorren un camino, superando el aislamiento individualista, cuestionando las certezas, pudiendo integrar los aportes de otros, difícil camino que cuestiona el narcisismo de cada uno” (ibid, p. 81). De ahí que, como plantea Woronowski, la tarea es dolor, pero también placer de creación.
Un trabajo de cierre es también una valoración, una actualización de la memoria del grupo donde se dirimen ilusiones y realidades. El balance entre lo que fue posible y lo que no. Se invoca la paz porque efectivamente el grupo entra en un momento álgido de una batalla subjetiva. Todas las dimensiones contradictorias de un vínculo grupal: lo individual y lo colectivo, el amor y el odio, las rivalidades, las dependencias y la búsqueda de autonomía y también el narcisismo confrontado con la relación social. Las instancias ideales juegan un papel importante en los procesos de duelo. Conservar la idealización del objeto valorado (el grupo, la Maestría) porque es parte de la propia identidad y la necesidad de desidealizar, desinvestir para poder irse, son procesos encontrados que requieren una atenuación de la severidad del superyó (intuida en el grupo en la invocación de la sanción de la autoridad), del tormento de la culpa de lo que no pudo ser, lo que no se hizo bien, para poder, efectivamente, hacer un proceso de recuperación que preserve la riqueza de una experiencia y que también permita irse (en paz). El dilema radica en la diferencia entre una sanción externa (la moral) y la asunción de un posicionamiento ético. Como se escuchó en el grupo:  “no culpas, responsabilidad”.

“¿Y ahora qué?
Todos debemos abrir la ventana, abrir nuestro interior y
 rescatar otro tipo de relaciones
(del discurso del grupo).

La pregunta que el grupo se hace, aparece como emergente del momento de culminación y la convocatoria a la construcción de nuevas etapas. Es una pregunta acerca del proyecto y del futuro próximo que se abre como incertidumbre. Hablar de nuevos horizontes para pensarse no sólo es hablar de futuro, sino que como plantea Levinas (1993) la  relación con el porvenir es la relación misma con el otro. En este sentido ¿y ahora qué? es una pregunta  que relaciona al sujeto con un mundo posible, con la dimensión de la temporalidad y con los otros. Es un significante en interrogación, que busca remitir a otros para acreditar sentidos posibles, ¿y ahora qué deseo?, ¿y ahora qué voy a hacer?, ¿y ahora que puedo?, ¿y ahora que lugar tengo?, ¿y ahora qué siento? Esta pregunta condensa la terminación, el presente y una proyección al futuro. Proyectarse es necesariamente incluir el vínculo con otros en esos mundos imaginarios y posibles.
El significante de "tener proyecto" surge con distintas significaciones: como lugar de culpa, como traición al dolor grupal de la separación, como diferencia entre quienes sí tienen proyectos "afuera"  y quienes no lo tienen, como lugar donde el duelo se esquiva y como lugar constructor de nuevos horizontes. 
Hay quienes se van con las heridas abiertas y otros prefieren proyectarse a futuro para no ver lo que sí se pierde.
No necesariamente tener un proyecto es evadir un duelo; parece que a quienes tienen más claros sus proyectos a seguir los estamos haciendo sentir culpables
.

Los proyectos aparecen como carga, culpa, traición pero también como oportunidad, futuro, horizontes nuevos. La pregunta del grupo ¿y ahora qué?, no es sin embargo nada más una expresión de la necesidad de interrogar la propia vida ante una ausencia, también es una pregunta por un posicionamiento que demanda responsabilidad ante una experiencia. Es decir, es asociar el “ y ahora qué” a “después de lo que he vivido”. ¿A qué me convoca lo transitado si a este transcurrir lo significo como valorado, como inscrito en mi subjetividad? A responder por una historia, a seguir preguntándose por esas ventanas abiertas al mundo.

Reflexiones finales

Podemos decir que la despedida de un espacio colectivo, además de ser referida a los procesos de duelo tal como el psicoanálisis los ha concebido, referidos a la reconstitución subjetiva a que obliga toda pérdida (que, por otra parte es la experiencia inevitable de la vida ya que ésta implica enfrentar una sucesión de pérdidas –las pequeñas “muertes” cotidianas y otras pérdidas más traumáticas de seres amados, de vínculos o ilusiones-), nos ha llevado a preguntarnos por el papel específico de las experiencias colectivas en el devenir subjetivo, qué son los vínculos grupales y de qué tipo de pérdida estamos hablando cuando éstos se terminan.  Los caminos recorridos, en diálogo con la experiencia de un grupo que se despide de un espacio cotidiano de dos años de duración, nos llevaron a destacar la complejidad de este tipo de vínculo, que no se agota en la tarea común, sino que actualiza el posicionamiento ante los otros y ante el tiempo de la historia. Por ello hemos planteado que la disolución de un vínculo grupal remueve profundamente el diálogo con el mundo, lo fractura de alguna manera, pero también posibilita la renovación del compromiso vital ante el devenir, ante “el paso de vida” que gesta la existencia humana.

BIBLIOGRAFÍA

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Bergson, Henri (1987) Memoria y vida. Textos escogidos por Gilles Deleuze.
Alianza Editorial, Madrid.
Deleuze, Gilles1997) Crítica y clínica.  Anagrama, Barcelona.
Derrida, Jacques (1995) Dar (el) tiempo. Paidós, Barcelona.
Freud (1915) Duelo y melancolía. Obras completas. Vol XI, Amorrortu, 1976.
Galende, Emiliano (1992) Historia y repetición. Temporalidad subjetiva y actual
modernidad.  Paidós, Buenos Aires.
Jasiner, Graciela y Mario Woronowski (1992) Para pensar a Pichon. Lugar
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Lacan, Jacques (2001) Seminario 4. La relación de objeto. Paidós, Argentina.
Levinas, Emmanuel (1993)  El Tiempo y el Otro. Introducción de Félix Duque.
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Mier, Raymundo (1999) “Derrida: los nombres del duelo, el silencio como
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Nasio, Juan David (1999) El libro del dolor y del amor. Gedisa, Barcelona.
Percia, Marcelo (1997) Notas para pensar lo grupal.  Lugar Editorial. Buenos
Aires.
Souto de Asch, Marta (1993)  Hacia una dialéctica de lo grupal.  Miño y Dávila,
Buenos Aires.

* Artículo publicado en la revista Tramas, Subjetividad y Procesos Sociales, número 21, UAMX, México, 2003, pp. 35-55

** Margarita Baz es Profesora investigadora del Departamento de Educación y Comunicación, UAM-Xochimilco

**  Yamila Zapata es Graduada de la Maestría en Psicología Social de Grupos e Instituciones

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